En el confinamiento, los espacios urbanos cambiaron de significado. Se perdió casi por completo el espacio público, se modificaron los espacios domésticos. Se inventaron formas de celebración y de comunicación. Hizo su aparición la creatividad para afrontar los retos de la nueva situación. El autor, a través de sus notas tomadas día a día, reflexiona sobre los cambios personales y sociales que se van produciendo en su entorno más próximo.
Se mueve por la azotea de una casa que no es la suya —en Andújar (Jaén), al cobijo de Sierra Morena— y, poco a poco, explora sus rincones y sus perspectivas. Fotografía los cielos, las sombras, los juegos de luz, las antenas. Esas fotografías también forman parte del relato. La azotea se convierte así en su nuevo marco creativo y vital. El texto describe las nuevas experiencias de comunicación con los vecinos, sus celebraciones, sus fiestas y sus silencios. Intervienen los recuerdos, las noticias, la pintura, los vaivenes escénicos de la lluvia y de la luz. Se trata de aprender de la situación, utilizando la escritura, la memoria, las referencias a otros textos. El autor se acompaña de pocos recursos —el confinamiento le dejó fuera de su casa habitual—. Lee el libro que llevaba en el viaje de fin de semana: la Comedia, de Dante. Y la Comedia se desarrolla, en su lectura, con un sorprendente paralelismo con la vida confinada, en su descenso a las tinieblas y en su ascenso hacia la luz. En su conjunto, el texto se conforma como un destilado de lo aprendido. Leído a posteriori, brotan las ideas que ese tiempo excepcional pudo dejar para vivir mejor nuestro presente, en el turbulento mundo de la post-pandemia. En definitiva, se trata del relato de una experiencia única que, como tal, resultó —para todos— transformadora.
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