Las ciudades tienen alma y la de Córdoba es grande y antigua, misteriosa y hermosa, huidiza y esquiva. Probablemente, también inmortal, al pertenecer ya, por derecho propio, al elenco reducido de las ciudades-mito, esculpido por siempre su recuerdo en la Historia grande de la humanidad. Y porque la amamos, queremos conocerla. No resultará tarea fácil, porque, muy celosa de su intimidad, rehúye las miradas curiosas y profanadoras del secreto de su ser.
Córdoba no mostrará nunca, a nadie, su alma al completo. Es demasiado sabia como para descubrirse. Hay que aprender a sentirla, a percibirla, en sus expresiones. Eres lo que haces y, sobre todo, cómo lo haces. Por eso, en vez de tratar de abordar de manera directa su alma, lo haremos a través de su reflejo en sus maneras de expresarse y, entre ellas, en sus fiestas, espejo en el que podremos descubrir reflejados algunos jirones de ese alma hermética y esquiva. Nuestra teorÃa de Córdoba no mirará, por tanto, a la luz del alma cordobesa, sino a aquello que ilumina por regocijarse en ello.
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