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Louisa May Alcott

Louisa May Alcott, nació en Germantown (Filadelfia, estado de Pensilvania, EE. UU.) el 29 de noviembre de 1832. Contaba diez años de edad cuando se trasladó con sus padres a Fruitlands —una comuna agraria en Harvard, Massachusetts—, junto a otros partidarios del trascendentalismo. Fracasada la utopía, los Alcott se mudan a la capital trascendentalista, Concord (Massachusetts), donde los hogares se suceden, entre ellos Orchard House —donde escribe Mujercitas—; y la Thoreau House —propiedad del escritor Henry David Thoreau—. Entretanto, para aliviar la estrechez económica de su familia, desempeña diversos oficios: institutriz, sirvienta, maestra de escuela… Apoyó activamente la causa abolicionista, llegando incluso a ocultar a esclavos fugitivos y a servir como enfermera en la guerra civil, donde contrae una neumonía tifoidea, que la mantendrá postrada durante algún tiempo. Fue asimismo una luchadora por los derechos de la mujer, “que defendió a través de su participación en el movimiento sufragista, y mediante alusiones implícitas y explícitas en sus obras”. Visitó Europa en varias ocasiones y en uno de estos viajes conoce al joven polaco Ladislas Wisniewski, único romance en su vida del que se tiene constancia. En 1852 publicó su primer cuento —“The rival painters”—, y en 1854 su primer libro: Flower fables, que la convierte “en una pionera del cuento de hadas literario en America”. De 1868 a 1870 dirige la revista infantil Merry’s Museum. "En 1868 apareció su mayor éxito, Mujercitas, un hito en la historia de la literatura juvenil, y un clásico norteamericano. En las dos décadas siguientes escribiría muchas novelas domésticas, ganándose un lugar destacado dentro de la escuela americana de la ficción realista (…) A pesar de ello, nunca se olvidó de las hadas y las fábulas de los días de su juventud." Hacia 1885 su salud —que nunca fue buena— empezó a declinar, y falleció en Boston el 6 de marzo de 1888, dos días después que su padre. Cinco años más tarde, los préstamos de sus libros en las bibliotecas públicas norteamericanas sólo eran superados por los de Charles Dickens.

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